lunes, 12 de abril de 2010
CAUSALIDADES
Es más de la media noche, pero me he despertado con mucha sed; me levanto silenciosamente para no despertar a mi mujer que duerme con ese suave ronquido que más bien parece ronroneo; voy a la cocina y en el refrigerador encuentro una lata muy helada de una bebida dietética, porque el médico me ha prohibido el azúcar, la bebo y pienso luego que hace demasiado calor, por lo que subo la potencia del aire acondicionado y me vuelvo a dormir.
La escena absolutamente cotidiana que acabo de describir, esos momentos absolutamente irreflexivos de calmar una sorprendente sed nocturna y volver a la cama, es el resultado de miles de años de progreso de la especie humana y también el resultado de millones de años de evolución biológica. Aristóteles jamás soñó con calmar su sed con algo que no fuera gua “pura” probablemente extraída de un pozo, un río o con suerte de algún manantial en las montañas. César, en toda su gloria, jamás pudo transformar la noche en día a voluntad ni enfriar sus habitaciones palaciegas moviendo una perilla.
Todas esas comodidades han alejado a la naturaleza de nosotros. Ninguna parte de la escena contiene algo natural, con excepción de la sed, el calor y el ronquido de mi mujer, y todas las soluciones son artificiales. Ni siquiera es agua lo que finalmente bebo. Con todo, la sed, el calor y el ronquido, esas tres pequeñas excepciones a la artificial escena siguen ahí y todo el entorno tecnológico que nos sirve de contexto apunta precisamente a la satisfacción de nuestras necesidades biológicas y se resuelven sumamente rápido, tan rápido que parecen apenas existir, pero el ancestro cavernícola –recurrentemente solicitado aquí –debía esperar hasta el amanecer para ir a buscar su trago de agua, si es que había olvidado guardar la suya, y debía ir al lago, río o manantial acompañado, pues en aquellos días el camino estaba poblado de animales que incluían a la gente en su dieta y el lobo no era solamente el malo del cuento de la Caperucita, sino un peligro real que normalmente atacaba en grandes manadas contra las que un solo individuo no tenía la menor esperanza de defenderse.
Así pues la tecnología nos ha hecho olvidar que no somos diferentes, en cuanto a la condición humana menesterosa, de nuestro esforzado ancestro cavernícola. Vivimos sacudidos por las mismas pulsiones, pero las más básicas de entre ellas están básicamente resueltas por nuestro brillante entorno tecnológico, el cual es el resultado de la cooperación más o menos consciente de la gran mayoría de los individuos de la especie… sin embargo, este ingenio que rápidamente nos sacó de las cavernas, fue demasiado rápido. Fue demasiado rápido porque en esencia seguimos siendo aquel cavernícola, con las mismas necesidades y pulsiones de las cavernas. Así, por ejemplo, aquel cavernícola comía todo lo que podía, pues no siempre la comida estaría disponible y por ello acumular grasa en el cuerpo era deseable, tanto así como para esculpir a las Venus de aquellos días en graciosas imágenes pre anoréxicas. No fue sino hasta el siglo veinte que se puso de moda la delgadez, con toda la ocurrencia de enfermedades propias de la obesidad primero.
La condición humana menesterosa, sin embargo, no se agota en las necesidades básicas, las cuales están resueltas para la gran mayoría de la humanidad que, curiosamente, es muy infeliz. Los homo sapiens, obligados a enfrentar diversos desafíos se ven obligados a formar manadas llamadas, familias, tribus, naciones, imperios, pandillas o grupos de cualquier índole. Estos grupos suelen establecer intrincadas jerarquías que normalmente dejan a muchos miembros de los mismos con el amargo sentimiento de no estar a la cabeza de la jerarquía, sino en un punto inferior de la misma lo cual genera sentimientos de frustración, o bien el individuo siente que sus méritos no son reconocidos por la cabeza de la jerarquía y siente nuevamente frustración.
Las relaciones sexuales son siempre la forma más fácil de lograr infelicidad. Normalmente el deseo del macho suele ser algo menos exclusivo que el de la hembra, esto debido a que la hembra necesitará retener al macho por un largo período de crianza, mientras que él puede fecundar a muchas hembras durante ese mismo período, por otro lado, la belleza de la hembra suele ser también un símbolo de estatus para el macho, al mismo tiempo que las hembras más bellas buscarán machos más bien poderosos que muchas veces no estarán entre sus admiradores más vehementes, lo cual de nuevo provocará frustraciones. Es curioso contemplar en los eventos sociales de los diarios como hay una serie de viejos de corbata –el arquetipo del macho poderoso – junto a bellas jóvenes voluptuosas – o no tan jóvenes recauchadas convenientemente por el bisturí.
Todas estas situaciones son consecuencia de nuestra pura y simple biología, y para ello aún no se inventado una tecnología que nos satisfaga totalmente, aunque la industria farmacéutica algo ha logrado al respecto, sin embargo, necesidades aún más profundas, como la necesidad de sentido, de dirección y de trascendencia – o sea de alguna clase de inmortalidad –tampoco encuentran satisfacción en la tecnología existente – aunque la religión sea una tecnología para ello, pues ha entrado en conflicto con otros saberes más ciertos que la han demostrado falsa, lo que no impide que muchos miembros de nuestra especie la sigan aceptando como verdadera… también por razones de condicionamiento biológico.
Este simio puede, sin embargo, detenerse y examinar con un pensamiento consciente la naturaleza y la causa de sus deseos y acciones, en algunos casos con gran éxito. Este ejercicio no se encuentra al alcance de ninguna otra bestia. Así los mortales somos capaces de entender la naturaleza de nuestros deseos y emociones y canalizarlos de manera consciente en una dirección más inteligente… o bueno, en teoría podríamos. La gran mayoría de nosotros se deja llevar por estos deseos y pasiones, que son mecanismos para un mundo que ya no existe y que en este mundo presente muchas veces resultan no ser más que un lastre heredado de tiempos más duros. Al mismo tiempo, existen tecnologías destinadas a que permanezcamos en esos estados primitivos, porque la ansiedad del cavernícola es mejor consumidora que una racionalidad que cuestiona. Así pues, si bien como los buenos constructores son capaces de construir casas que sobrevivan a los terremotos, así también los mortales pueden construirse vidas que sobrevivan a estas pulsiones, pero, por otro lado, toda una industria del consumo –integremos aquí al consumo de ciertas políticas gubernamentales, ideas y cosas no directamente comerciales –tiene por objeto evitarnos esa reflexión para ser ellos quienes manejen nuestras ansiedades. El destino, sin embargo, continúa en nuestras manos… lo malo es que acaso no sean las más idóneas.
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